San Prudencio nos regalaba unos días. ¿Para dónde tiramos?
Tras descartar la primera opción que nos llevaba para Cuenca, nos decantamos por otra alternativa más soleada por tierras extremeñas. Partiendo del pueblo castellano de La Alberca, nos sumergimos de lleno en tierras cacereñas.
Tras un relajado descenso, aparecen las primeras cuestas.
Al menos un acogedor hotelito y un mullido colchón nos espera después de cada jornada.
Cielos despejados no es sinónimo de altas temperaturas.

Aunque no es nuestra ruta, en ocasiones rodamos paralelos a la ruta de la plata.
Hotel-picnic-merendero.
Calentándonos con los primeros rayos matutinos.
En Trujillo, el grueso del pelotón aumenta con la incorporación de Aintzane y Gorka.

La serranía de las Villuercas nos daría la bienvenida.

Llegada a Guadalupe.
Avituallamiento líquido.
En la provincia de Cáceres disfrutamos de cielos despejados y carreteras solitarias.
Siempre buscábamos alojamientos que tuvieran hidromasaje y spa.
¡Súmate a la lucha contra la censura!!!
Descendiendo hacia el valle del Jerte nos sorprendió un chaparrón.
Quien debajo de árbol se guarece...
Los siameses coronando el puerto de Honduras.
Perdidos por las calles de Hervás
No sólo de pan vive el ciclista.
Ya quisiera J.F.K. haber tenido semejante escolta.
Desde las Hurdes, una revirada carretera nos elevaría de nuevo a la meseta castellana.